Pareciera que ahora todo se trata de a quién sigues y quién te sigue; o mejor dicho cuántos te siguen.
El secreto del éxito viene a ser algo así como que muchísimos te sigan y tú sigas solo a unos cuantos; es decir, que a muchos les importen tu vida, carrera, contenido, etc., pero a ti no te importen ellos tanto como para seguirlos de vuelta.
Las redes sociales tienen esa «virtud» de erigir ídolos de nieve, que se derriten de un momento a otro. Porque hay quien llega a números millonarios en virtud de una sólida carrera, de una obra, y de ahí su influencia sobre grandes públicos, pero otros hacen de ese estatus de influencers su único objetivo, y no siempre dejando una huella positiva para la humanidad.
Muchas personas han elevado su hobby, desde la limpieza del hogar hasta escribir un diario, a una fuente de ingresos y de realización personal. No tiene nada de malo hacerlo ni consumirlo; el asunto se tuerce cuando en la carrera para alcanzar más seguidores se comienza a ponderar la banalidad y a potenciar expectativas poco realistas relacionadas con la apariencia física, el estilo de vida, o el consumo.
Si controvertido es hacer crecer las estadísticas a base de exhibir el cuerpo propio o ajeno; tener que fotografiar cada comida antes de llevarla a la boca, o vivir exclusivamente para coleccionar instantes «intagrameables»; peor es juzgar la calidad de la existencia propia en razón de esas que se nos muestran perfectas al otro lado de la pantalla.
Ese especie de «síndrome del seguidor», que percibe gris su realidad ante los viajes, citas, desayunos, ropas, compras y romances de la gente que sigue en redes, viene a alertarnos de que es importante tener una perspectiva crítica frente a esos perfiles que muchas veces son «más rollo que película».
Todas las vidas, todas, tienen sus luces y sus sombras; las parejas pelean, la comida se quema, los niños se ensucian, lloramos, peleamos sin motivo y a veces solo queremos quedarnos en la cama. Mostramos por lo general lo mejor de nosotros, así ha sido siempre, solo que ahora esa especie de ocultamiento es un negocio, y una enorme caricia al ego, de alcance impensado gracias a internet.
Quizá lo más sensato sea seguir desde la admiración, y no desde la envidia o el resentimiento por lo que se quisiera ser o tener y no. Es preciso hurgar un poco, pero se encuentran perfiles de personas simpáticas, sinceras, que no temen enseñar su propia humanidad. Muchas trabajan, además, para transmitir mensajes valiosos y difundir causas justas y necesarias, que es importante apoyar.
Vale la pena asumir el camino en la travesía digital y real con actitud de protagonistas de nuestra propia película, sabiéndonos perfectibles, pero únicos.