¿Qué escribir de Martí? La duda muerde y acelera el pulso, ronda y ataca en los momentos más insospechados. Y no porque se haya dicho todo, sino justo por lo contrario. Martí es una inmensidad insondable, que en su misterio nos acompaña así como nos reta.
De frente estamos a su ética y su virtud, conminados a volver de hacer el bien, como de un baño de luz. Frente al ejemplo de la vida martiana, y de las letras salidas de ese intenso bregar, sentimos el estremecimiento que nace de la comunión con lo sublime, con la Poesía en estado puro.
Pensando en qué escribir se llega a leer: dice el estudioso del Apóstol, Luis Toledo Sande, que en la obra de José Martí es una característica sostenida la presencia de «un entendimiento amoroso del mundo, lo que en él no supuso apego acomodaticio a las realidades existentes, sino asunción entrañable del afán de transformarse y hacer de ellas fuentes verdaderas del bienestar humano».
Quizá, más importante que poner en letras nuestras impresiones sobre ese hombre mayúsculo que encarna en sí lo mejor y más limpio de la Isla, sea primero aprehender de él esa manera de ver a través del amor, y hacer lo justo pertrechados de la espiritualidad sin la cual somos seres secos, inertes ramas.
En la lidia humana: la tremenda / Batalla de los cascos y los lirios, la prédica martiana nos invita a trascender a la bestia y a las fieras, y situarnos de parte de los lirios; y a decir: el bochorno / Del hombre es mi bochorno: mis mejillas / Sufren de la maldad del Universo.
Cuando nació José Julián, un 28 de enero, hace 171 años, en la casa breve, y en una Habana asfixiada por las inequidades del colonialismo, nadie –ni su madre transida de dolores– podía suponer que la criatura salida de entrañas de humana mujer vendría a enseñarle a sus contemporáneos, y a cada gente de bien del futuro, que solo el amor engendra melodías.
Dijo tan sincero y tan preclaro que, aun cuando le leemos cosas que nos duelen, la belleza arrasa, y con el atisbo de una lágrima va la gratitud. Quien ha sido alguna vez como la mora, cuida más sus perlas.
Vino del sol y al sol iba… sigue yendo, consagrado como en un acto de amor, a empujarnos a amar y a ser buenos. Nos despierta y nos eleva: A trabajar! A iluminar! Piqueta / Y pilón, astro y llama, y obelisco / De fuego y guía al Sol, el verso sea!
Mejor que escribir a Martí, ¡a hacerlo torrente nuestro, argumento veraz para sostener lo grande Cuando, como culebras, las pasiones / Del hombre envuelven tercas mis rodillas!
Y luego, sí, escribirlo, y volverlo a leer, y comulgar con su sencillez de carne y hueso, e interrogarlo siempre, seguros de que lo sagrado de su nombre está en la cercanía vital con nuestros sueños y honduras.