Desde su estreno, hace tres décadas, Manteca –obra de Alberto Pedro– ha tenido sucesivos montajes y funciones dentro y fuera de Cuba.
Inscrita en lo que se ha dado en llamar teatro del Periodo Especial, es mucho más, así como supera el costumbrismo o el absurdo para erigirse en un manifiesto poético de la resistencia y el amor familiar, y en un alegato en defensa de «la posibilidad de lo distinto».
El equilibrio entre referencias a la realidad y resortes simbólicos, entre la cotidianidad y los grandes contextos, hacen de esta comedia dramática de 1993, situada en el último día de un año, un inteligente y sensible abordaje de las encrucijadas existenciales frente a la crisis.
Los anhelos, arrepentimientos y rencores de los hermanos Pucho, Dulce y Celestino, resuenan hasta lo hondo en los espectadores de la actualidad, que este enero pudieron disfrutar la puesta en escena de Alberto Sarraín con el naciente Tebas Teatro, en la sala Adolfo Llauradó, de la capital cubana.
Un doble elenco con Indira Valdés, David Reys, Enrique Bueno, Nieves Riovalles, Faustino Pérez y Falconerys Escobar, encarna este singular trío que ha criado un cerdo en la bañadera de su apartamento, y se debate entre si llegó la hora de matarlo o no.
Tomar la decisión en pos de la deseada manteca, los llevará por el camino de la recriminación y las evocaciones: todos han perdido algo, pero se sostienen en los otros dos para no claudicar frente a la soledad y el desaliento.
La homofobia, la lejanía de los hijos, las convicciones, el saber doméstico, la creación literaria, el bregar para la sobrevivencia diaria, el machismo, el barrio… y hasta la «malicia de nuestras mulatas y la falta de dinosaurios que nos dejó sin petróleo» –lo cual es la causa de todos nuestros males, según Dulce– se unen en un gran y conmovedor mosaico.
Atravesándolo está la familia; y en ese «gran tema del teatro cubano contemporáneo», al decir del crítico teatral y asesor de este montaje, Omar Valiño, a «la disolución de la familia en Electra Garrigó, a su parálisis en Aire frío, a su conflicto frente a un nuevo orden social en La casa vieja, a su irresoluble destino en La noche de los asesinos, la continuaba la unión crítica en la diferencia, de Manteca».
Muy difícil reprimir una sonrisa ante el candor de los personajes al final de la obra, en su decisión de mantener la ilusión, a pesar del sacrificio que ello entraña y, que, en primera instancia, los puso en conflicto.
Sin embargo, se les entiende, porque casi todos tenemos algo o mucho de ellos, y nos vemos en sus quiebres, así como en sus fortalezas.