Tras el asalto a los cuarteles de Oriente, el 26 de julio de 1953, el dictador Fulgencio Batista decretó el estado de la indómita provincia y la suspensión de las garantías constitucionales en todo el territorio nacional. A la vez, ordenó al coronel Alberto del Río Chaviano asesinar a todos los prisioneros, quien la transmitió al teniente Antonio Roselló Pando, el jefe del cuartel Carlos Manuel de Céspedes.
En las cercanías del cuartel, cayeron en poder de los militares Mario Martínez Ararás y José Testa Zaragoza. Al interior de los muros los torturaron y asesinaron.
Al bajarse de la guagua de Bayamo, en el parque Céspedes, de Manzanillo, fueron detenidos Hugo Camejo Valdés, Pedro Véliz Hernández y Andrés García Díaz, por resultarle sospechosos a un policía que viajaba con ellos.Por supuesto, negaron su participación en los ataques.
Los mantuvieron en el cuartel Bartolomé Masó hasta las seis de la tarde, cuando llegó un radiograma de La Habana, confirmando que, de la casa de Camejo, habían salido, dos días antes, unas máquinas con destino desconocido, posiblemente Oriente.
Nuevamente interrogados, siguieron negando su presencia en el ataque al cuartel de Bayamo. No obstante, a la medianoche, el sargento Abraham de la Paz Torres los montó en un jeep para conducirlos a Bayamo; pero a la entrada del callejón del central azucarero Sofía –cerca del cementerio de Veguitas– los golpearon salvajemente con las culatas de los fusiles, hasta dejarlos por muertos. De seguido, a fin de estrangularlos, los ataron por el cuello con una soga de cáñamo, y los arrastraron con el jeep.
En medio del terraplén quedaron tendidos, pero, a las cinco de la madrugada, Andrés García recuperó el conocimiento, no así los otros dos. Entonces se alejó del lugar y, ayudado por campesinos, logró sobrevivir, hasta ser entregado con todas las garantías para su vida. De esta manera, pudo denunciar el hecho en el juicio del Moncada.
En la finca Los Arroyos, al norte de la ciudad de Bayamo, detuvieron a Pablo Agüero Guedes y a Lázaro Hernández Arroyo, y poco después, en otros sitios, a Rafael Freyre Torres y a Luciano González Camejo. Conducidos al cuartel, sufrieron terribles torturas. En la madrugada del 27 de julio, los llevaron en jeep hasta la finca Ceja de Limones, cerca del aeropuerto Vega, donde fueron ultimados con varios disparos.
Los militares simularon la ocurrencia de un combate, poniendo armas en sus manos, pero los visibles azotes en sus cuerpos y los dientes y uñas sacados, delataban el espantoso crimen.
En tanto, Rolando San Román de la Llana y Ángel de la Guardia Guerra lograron llegar hasta Limoncito, cerca del poblado de Mir, donde pensaban abordar un tren hacia La Habana. En este punto, fueron capturados por cuatro guardias rurales de Mir, y conducidos al cuartel Moncada. El 28 de julio, los llevaron a la finca El Conuco, en las cercanías del poblado El Caney, donde fueron liquidados, junto a atacantes al Moncada.
EL ABRAZO SOLIDARIO DEL PUEBLO
Viéndolos como luchadores antibatistianos, los bayameses, tanto de la ciudad como del campo, brindaron su ayuda a los asaltantes. Gracias a ello, la mayoría de los integrantes del comando revolucionario preservó la vida.
El militante ortodoxo Juan Olazábal Garcés, cuando escuchó el tiroteo, salió a la calle a ver qué pasaba. «Me encontré en las cercanías del cuartel con dos jóvenes vestidos de amarillo, y armados. Me dijeron, de manera excitada, que ellos habían venido a combatir a la tiranía, a acabar con la rata de Batista. Uno de ellos, después supe, era Enrique Cámara, me incitaba: ¡Coopera, que vamos a asaltar el cuartel!».
El vecino de Bayamo evocaba: «Aquello a mí me impresionó mucho. Entonces les manifesté que yo también era revolucionario como ellos. No pudiendo reorganizarse para atacar de nuevo el cuartel, hablé con Estrada, el chofer del camión, para que los llevara para casa de un amigo en Holguín. El carro se quedó sin gasolina, pero no los abandonó, y los condujo hasta la finca Sabana Nueva, recibiendo la ayuda de otras personas».
Juan Olazábal también brindó ayuda al asaltante Adalberto Ruanes, a quien escondió en su casa. Luego, Ruanes pasó por los hogares de varias familias de Bayamo, antes de ser conducido a la finca Cabezas, cercana a Cacocum, propiedad de la familia de Gómez Ochoa.
«Nos despertamos con los tiros –relataba Ruth Corona, maestra y vecina del cuartel, por la calle General García–, poco después de las cinco. De pronto sentimos unos cuerpos caer dentro del zaguán de la casa.
«Eran tres y venían vestidos con el caqui amarillo de la Guardia Rural. Uno dijo: Tuvimos que pelear con unos presos que se escaparon. Estaban sudorosos. Al que había hablado le faltaba un zapato. José, mi papá, les encajó la vista y les dijo: ¿Presos que se han escapado? Ustedes son unos locos».
El medio descalzo era Pedro Aguilera. También estaba Agustín Díaz Cartaya, autor de la Marcha del 26 de Julio. Permanecieron en la casa cerca de una hora y media.
La familia les ofreció ropas limpias y zapatos del propio José. Después de que se retiraron, todos se pusieron en función de desaparecer las pertenencias. «Anduvimos rápido, porque el Ejército llegó y arrestó a mi padre y a mis tres hermanos, Joel, Odonel y David. Los soltaron, pero tuvimos que mudarnos», comentaba Ruth.
«Fueron días terribles. Como el fondo daba al cuartel, todos los días se oían los gritos de los torturados. Una tarde escuchamos clarito cuando un joven gritó: “¡Yo no soy cucaracha. Si quieren acaben ya!”. Se trataba de Mario Martínez Ararás, a quien los esbirros asesinaron de un disparo a la cabeza».
Por su parte, Ana Beatriz Viñas Pardo, residente en la finca El Almirante, al sur de Bayamo, recordaba: «La familia nuestra vio salir de los hierbazales a cuatro. Uno venía herido en el muslo derecho. El que decía ser el jefe, Raúl Martínez, nos explicó que había sido una pugna con la propia Rural».
Aquello resultó extraño, pero en la familia nadie dijo nada. Fernando Viñas Batista, el cabeza de familia, mandó a buscar medicinas a Bayamo. Detuvieron la hemorragia del herido con hojas de yamagua, y los escondieron en el monte.
Pese a que Viñas Pardo contaba con solo cinco años de edad, aún recuerda las historias que le hacía frecuentemente su viejo: «Con los rebeldes todavía en la casa, llegó un vecino para comentarle que había movimiento de la Rural».
El joven bayamés agregó: «Por mediación de un amigo de papá, Juan Pardo, cruzaron el río Bayamo hasta la finca Los Boada. Allí el mayoral Mario Tornés los cuidó y luego siguieron por Punta Gorda hasta Saladillo, donde vivía un tío del herido. Los uniformes se quedaron en nuestra casa y los quemamos. Ararás le dejó a papi un Colt 38».
Lo cierto es que fueron afortunados. Si ese día los rebeldes hubiesen tomado el lado izquierdo del río, habrían llegado a la finca de un hombre que les daba comida a los caballos de la Rural.
Después de tres días de terror, aplacados por la presión de la opinión pública, los detenidos eran llevados a las cárceles. En septiembre comenzaron los juicios, siendo condenados hasta con 15 años de prisión.
En el discurso conmemorativo por el Aniversario XX del asalto a los cuarteles de Oriente, el 26 de julio de 1973, Fidel Castro expresó: «Era necesario enarbolar otra vez las banderas de Baire, de Baraguá y de Yara. Era necesario una arremetida final para culminar la obra de nuestros antecesores».
Las acciones del 26 de Julio, aunque fueron un revés militar, desencadenaron sucesos de continuidad de la lucha revolucionaria, que permitieron alcanzar el objetivo de la liberación nacional definitiva. Aportaron valiosas experiencias para la organización de la expedición del yate Granma y la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.