Pocas veces se ha visto tan cálidamente concurrida la siempre habitada librería Fayad Jamís. A ella asisten transeúntes lectores que, al pasear por la calle Obispo, no se resisten a ver qué hay de nuevo en los estantes; y también los que participan en los espacios literarios de los que ella anfitriona.
Este jueves, correspondiente a El elogio oportuno, algo cambió: su conductor, el periodista Fernando Rodríguez Sosa, resultó ser el invitado, y, para encauzar el diálogo, el presidente del Instituto Cubano del Libro, Juan Rodríguez Cabrera, ocupó el habitual sitio de Fernando, a quien se le rindió homenaje por el aniversario 50 de su labor como promotor cultural, en especial, de la literatura.
Un público ávido por escuchar al que siempre escucha, y en el que se encontraban, entre otras personalidades, las premios nacionales de Literatura Nancy Morejón y María Elena Llana, fue testigo de las hermosas revelaciones ofrecidas por un hombre para el que leer «es una devoción» y hablar de los libros, «un sacerdocio».
Empezó a leer con imágenes, le dijo a su entrevistador, y recordó la dedicación materna de mostrar los primeros libros –entre los que estuvo La Edad de Oro– que lo hizo amar para siempre las letras. Incluso hoy, cuando la vista le juega una mala pasada, agarra una lupa y busca en ellos lo que quiere saber.
«No me interesa brillar, sino que brille mi invitado», asegura, y el auditorio no puede menos que visualizarlo en las tantas oportunidades en que Fernando, dueño de la escena, hace hablar al autor o al lector, con la sapiencia de su oficio, o remitirse a sus programas radiales –en este momento 14– en los que la literatura y sus hacedores ganan protagonismo.
Invitadas a hablar de Fernando, Nancy y María Elena coincidieron en la valía de este incansable promotor literario, que el público televidente conoció hace décadas, desde el programa Escriba y lea.
«Entre sus contribuciones, ha sido un cronista de la crítica literaria, y un crítico literario, atento a todo lo que se publica», dijo Nancy, y destacó en él el estar dispuesto a renunciar a la obra propia por la de los otros».
María Elena recordó la perfección de sus notas periodísticas, lo que pudo constatar desde las primeras entregas, cuando ella le recibiera un trabajo en la revista Cuba Internacional; y lo calificó como un «académico» que se «ha asomado a la cultura del mundo».
Entre los medios periodísticos, Fernando, que ha dejado su huella en todos, prefiere la radio. «Es que me ha dado muchas satisfacciones», explicó.
Respondió después una pregunta definitiva: «¿Que quién soy? Una persona que ama los libros y que se ha propuesto que los demás los amen». Tras el aplauso, llegaron otros homenajes: Fernando recibió la condición Maestro de Radialistas, que otorga la Radio Cubana, «por el ejemplo, la constancia y la entrega pedagógica en la formación de las nuevas generaciones», y el reconocimiento La Rosa Blanca, de la Sección de Literatura Infantil y Juvenil de la Uneac.
Para este buen cubano llegó, en formato de versos, el más emotivo de los regalos. Los poetas repentistas Alex Díaz y Anamarys Gil improvisaron décimas con palabras ofrendadas por el público.
Fernando agradeció el gesto, la presencia, las palabras, y, lejos de vanagloriarse, recordó a Fidel y a los 65 años que pronto cumplirá el sistema editorial cubano, surgido aquel distante 31 de marzo, cuando se fundó la Imprenta Nacional, sin la que «yo no hubiera podido dedicar 50 años a promocionar la buena literatura».