GUANTÁNAMO.–Será porque, a diferencia de aquellas sangrientas –se dice que por caprichosas órdenes de unos Papas linchaban colectividades, credos, tradiciones, culturas–, esta, alumbramiento del arte, va a las costumbres, le da vida a lo espiritual, embellece y enriquece la existencia en las serranías.
Si las estampidas del medioevo eslavo y medioriental eran para escapar de las «Santas» Cruzadas, completamente distinto es el correcorre de estos días en las mañanas del lomerío de Guantánamo, cuando los «cruzados» se asoman.
Entonces las carreras van hacia el Kamaz triple que transporta a la expedición; asaltantes y asaltados se funden allí en un abrazo; y las frases y las preguntas sobrevienen preñadas de afecto: «¡Emilio!, ¡Tula!, ¡qué bueno verlos de nuevo!»; «¡Uryyy!, mi hermano, ¿cómo estás? »; «bienvenido Eldys, ¡otra vez aquí!».
El día de la partida, Ury Rodríguez vaticinó «abrazos en los encuentros y lágrimas al salir»; pero, a veces estas últimas se adelantan, la garganta se anuda antes de que un pecho de la ciudad y otro de la montaña se aprieten; el anticipo es esa húmeda expresión de las emociones vistas en las mejillas de la brasileña Beatriz: «no puedo evitarlo –confiesa–, «me somete el ver ese sentimiento espontáneo y fuerte».
Vi cómo el propio Ury, con disimulo, se enjugaba la pendiente inferior de sus pómulos el pasado 28 de enero, en la Casa de Cultura de Jamaica, cabecera municipal de Manuel Tames, primera escala de la Cruzada Guantánamo-Baracoa. Una madre postrada, y su hija, de las manos, se adueñaron del escenario; al tierno compás de una melodía danzaron entrelazadas dos almas. Con ellas, el auditorio todo. Las lágrimas de Ury le mojaron el rostro; hacia adentro las de otros inundaron sus corazones.
Si pudieran ser retratadas las reacciones emocionales no existiría mucha diferencia entre una imagen y otra en las 42 comunidades de tres municipios, que han recibido a los «cruzados» en las 12 primeras jornadas de la actual edición.
La Cruzada no es un hecho unidireccional de actores a público; da y recibe arte y saberes; hace lo mismo entre agrupaciones teatrales; desde sus inicios en 1991, crea y moldea gustos estéticos en más de millón y medio de pobladores que por aquí la han visto. Cada año resulta mayor la afluencia de público al evento comunitario de más alcance en el ámbito de las artes escénicas del país. La Cruzada es un teatro natural con paredes de bosques y techo de cielo.