Ya sé que, en medio de las circunstancias actuales, no a muchos se nos ocurriría escribir acerca de un tema tan sensible y humeante como el pan.
No creo que haya un solo cubano ajeno a inconvenientes que repercuten directamente en el hogar, asociados a recurrentes momentos de inestable e insuficiente disponibilidad de harina, mala calidad en la elaboración del producto, no solo por escaseces materiales (la propia harina, aceite, levadura…) sino también por excesos: de descontrol, falta de exigencia y otros «insumos», digamos subjetivos o de organización, para evitar desvío de recursos, trapicheo, negocio, reventa, precios con filo de daga, lucro personal… todo en detrimento del consumidor.
Sin restarle trascendencia a todo eso, y más, quiero correr el «riesgo» de hablar acerca de una panadería que, como ave fénix (y vaya coincidencia, ese es su nombre desde los tiempos del capitalismo en Cuba) se ha empinado sobre las cenizas que sus propios hornos sedimentaron durante décadas de continua e intensa explotación, sin la correspondiente gratitud que hubiesen significado un mantenimiento oportuno, labores de reparación, mejoramiento tecnológico.
«Era necesario hacer algo por ella –admite Víctor Díaz Acosta, director provincial de la Industria Alimentaria en Sancti Spíritus– pues había presentado incluso peligros de derrumbe parcial».
Añade Rafael Rodríguez Sánchez, homólogo de Víctor a instancia municipal, que, con más voluntad y deseos que recursos, decidieron rescatar la unidad: empeño que fue contagiando progresivamente a nuevos actores económicos del territorio, trabajadores por cuenta propia y miembros del colectivo, a lo largo de dos años.
Silvia Dalzon Cruz, delegada del Poder Popular desde hace 38 años en la circunscripción en la que anida El Fénix, refiere con admiración cómo, durante todo ese tiempo, se continuó asegurando el servicio para los más de 6 700 consumidores de la zona.
Del mismo modo en que cientos de familias cubanas han acogido en sus hogares a personas cuyas viviendas resultaron afectadas por huracanes, incendios u otros eventos, así, una panadería llamada La Diana abrió sus brazos para que los panaderos de El Fénix elaborasen su pan allí.
Si todo se hubiera reducido a la rutina habitual de preparar la masa, darle tiempo requerido, hornearla… ese par de años hubieran sido lo que algunos definen como «un paseo».
Sucedió, en cambio, que muchas veces, luego de realizar su labor, enmarcada entre las siete de la noche y las primeras horas de la madrugada, los panaderos de El Fénix arrancaban para sus hogares, se daban un baño, descansaban un rato e iban temprano en la mañana para su unidad, a retirar escombros, cargar ladrillos, arena.
Si –además de la necesidad– vecinos y consumidores en general, necesitaban otra motivación para sumarse a los trabajos, en espirituano gesto de gratitud, de verdad no imagino dónde ir o con quién buscarlo.
AHORA ES CUANDO ES
Hace apenas unos días la panadería-repostería El Fénix volvió a levantar limpio vuelo comunitario.
En un filo de su apretado tiempo y sin previo aviso, Deivy Pérez Martín, primera secretaria del Partido en la provincia, se dio un salto hasta allí, para dialogar con el colectivo y con un grupo de consumidores que, a la sazón, habían acudido en busca del pan del día.
Tratando de llamar lo menos posible la atención con mi cámara fotográfica, observo el buen gusto y funcionalidad que ahora exhibe el interior del inmueble.
Equipamiento, que parece nuevo (y no lo es) ocupa espacio y ofrece valor de uso, rescatado por la tozudez de quienes no se rinden ante lo adverso.
Es la cuarta panadería que Sancti Spíritus rescata, reanima, acomoda en el regazo de su noble población.
Del escaso barro (plata) habrá que seguir haciendo milagro en otros establecimientos igualmente necesitados.
El asunto no termina ahí. Como sentencian los contagiosos acordes de una vieja y cubanísima melodía, «ahora es cuando es».
Lo dejó bien claro la Primera Secretaria al hablar, entre amigos, en familia, con parte de los 12 espirituanos que integran el colectivo de El Fénix: «El combate ahora, lo más importante ahora, es la calidad del producto que aquí se elabore. El pan que cada día compre la población tiene que parecerse a este local, para que el pueblo de verdad agradezca todo lo que aquí se ha hecho con mucho esfuerzo».
¿Y qué se necesita para ello? –me pregunto, mientras termino de teclear estas líneas.
No soy panadero, no soy especialista, no soy dirigente de la Industria Alimentaria o de otro organismo; pero Aplicando la lógica de quienes van cada día por ese pan nuestro (ojalá siempre, establemente, de cada día) infiero que basta con que los panaderos le pongan el corazón –independientemente de los recursos con que cuenten– a cada bolita de pan, a cada masa de pizza, a cada dulce que puedan elaborar, y que los responsables del control, de la exigencia y de tocar «la harina con la mano» no tengan la pupila en otra órbita. Así es de sencillo. Aunque… ¡caramba, qué difícil se torna hacerlo en tantos lugares!