El 3 de febrero de 1962, el presidente de EE. UU., John F. Kennedy, estampó su firma en la Orden Ejecutiva que decretaba el bloqueo total al comercio cubano. Se trató del inicio de una política hostil que ha ido radicalizándose cada vez más, hasta hoy, en que se ha recrudecido en su máxima expresión. Es una línea seguida, desde entonces, por cada mandatario de ese país.
Es útil recordar que, por uno de esos azares de la historia, un 1ro. de enero, el de 1899, partían de la Isla los últimos funcionarios y soldados españoles, y comenzaba la ocupación militar estadounidense, y en igual fecha, pero del año 1959, la Revolución triunfante le ponía fin al dominio yanqui.
La República de oprobio que quedó constituida en 1902 fue barrida por el pueblo victorioso en armas. Esa vez los mambises sí entraron a Santiago de Cuba.
Esta isla caribeña se atrevió a desafiar el poder real y divino de una gran potencia que se creía predestinada, por la Providencia, a poseerla. La ínsula, además, construía una sociedad socialista a las puertas del imperio. Semejante osadía irritó al poderoso.
Estados Unidos vio en el bloqueo total la herramienta que le permitiría, mediante el hambre, la desesperanza, y hasta la muerte, debilitar la resistencia y quebrar la fe del pueblo. Cualquier semejanza con la actualidad no es pura coincidencia.
Contrario a sus cálculos, el archipiélago que una vez consideraron su portaaviones, su quinta de recreo, su lupanar, el casino en el que vaciar los bolsillos de aburridos millonarios, crecía; se agigantaba; y se convertía en inspiración de los desposeídos, en ejemplo de dignidad.
Querían y quieren paralizar al país, apagar nuestros hogares, detener nuestros medios de transporte, marcar nuestra existencia diaria con la penuria, convertir a nuestros jóvenes en rehenes de la escasez, privarlos del futuro que merecen en su tierra. Les quieren robar la esperanza.
El bloqueo define la naturaleza de la política de EE. UU. hacia Cuba, no importa si está en la Casa Blanca un presidente demócrata o un republicano.
De espalda a la onu, en cuya Asamblea General el mundo rechaza lo que ha sido calificado como genocidio, Estados Unidos persiste en una política condenada al fracaso, frente al ejemplo de las cubanas y los cubanos.